Cuando sea rey tendré un pueblo multitudinario y rico que me honrará con los mejores frutos de la tierra. Viviré en un magnífico castillo fortificado. Contaré con un gran ejército y yo mismo seré su general. Usaré reluciente armadura y un escudo de buen espesor protegerá mi pecho.

Pero Otros que han sido reyes antes de mí, han contado con todas estas ventajas y a pesar de todo, fueron vencidos y su reino, aniquilado.

Así que, cuando sea rey buscaré a Dios y Él será para mí escudo y castillo. No confiaré en mi sabiduría sino en el divino poder que toca los montes y humean. Cantaré las alabanzas a Dios reconociendo que es Él quien me da la victoria.

Y enseñaré a mi pueblo a mirar a Dios que es capaz de derramar abundante bendición sobre sus hijos, sus tierras y sus ganados. También les aconsejaré presentarse diariamente con plegarias ante el trono del Rey, porque aunque ellos y yo somos fugaces como sombra y frágiles como cristal, Dios puede librarnos de toda alarma y darnos una vida dichosa.